Deseo de Navidad

Me asombra la capacidad de infundirme temor que tiene tu nombre. Hoy he abierto un refresco que llevaba impresas esas cinco letras y he tenido que parar a recuperar el aliento. Siento mareos cada vez que tu imagen surca mi mente, lo que en un principio me incapacitaba, ahora se limita a una palpitación y al dolor sordo de un recuerdo amargo.

He vuelto a recordarte, como tantas veces, pero me asusta que ya no siento odio. Si no hay odio, es que el amor latente se esfumó. Sólo me quedan las noches de invierno y esa mirada triste como recuerdo indeleble. Por primera vez te siento fuera de mí.

He vivido la mitad de mi vida sujeto a una idea con curvas de mujer, capaz de generarme sentimientos sin siquiera estar presente. He vivido tu presencia y ausencia con la misma asfixiante pasión, sólo cambiaba el nombre del sentimiento. ¿Qué haré ahora que no estás aquí?

Quizás deba centrarme en el insondable dolor en el que me sumiste durante tantos años, pero no sería justo para alguien que ha sido tan importante en mi desarrollo. No tengo la suficiente fuerza de voluntad para convertirte en un borrón de mi diario. Fuiste mucho más que eso, porque desde que esas cinco letras aparecieron en la historia de mi vida, el biógrafo empezó a escribir con renglones torcidos.

Nunca he sido una persona sencilla, fácil de tratar, sé que tengo tantas aristas como un jarrón roto. Por eso, al conocerte y sentir cómo conectábamos, cómo tus aristas llenaban mis vacíos más importantes, me ilusioné. Me ilusioné tanto que no sentí los huecos que se creaban en otras zonas por falta de acoplamiento. Estaba tan feliz por poder tapar algunas de las necesidades de tu alma que no atendí al momento en que por los resquicios restantes se escapaba tu alegría y esperanza. Nunca he sido capaz de discernir cuál fue el momento exacto en el que tu esencia se escapó de nuestra unión y nos convertimos en un jarrón vacío, sin finalidad, en el que el pegamento de sus juntas estropea aún más la fractura entre las dos mitades.

Al desprenderte de mi lado te llevaste algunos de mis mejores dones, que al unirse a los agujeros de tu alma quedaron definitivamente atados a tu persona para desprenderse de la mía. Quiero pensar que pasó lo mismo al revés, pero como mi ilusión se fue contigo me resulta muy difícil nutrir mi imaginación.

Hoy, después de tanto tiempo he podido ver por fin el alcance de nuestra tragedia. Hoy puedo llorar por mí, por esas partes que me hacían único y cuya ausencia convirtieron las aristas de mi carácter en una yerma línea recta que casa con todo y a la vez con nada; tan anodino como una pradera sin yerba. Confío que esas partes que huyeron de mí ayudasen a reforzar tu individualidad sin que hayas caído en mi mismo sino. Es mi forma de desearte una buena vida.

Pero mis deseos no deben alcanzarte sólo a ti. En estas épocas de dádivas y dones, en las que se puede pedir cualquier cosa, deseo que todos mantengamos las aristas, modificándolas a voluntad y pudiendo llenar así los vacíos de la persona o personas que decidamos, para que éstas –haciendo lo mismo-, y nosotros, podamos formar por fin la figura que revela nuestra esencia, nuestra individualidad y nuestros sueños.

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